editorial
PALABRAS SOBRE PALABRAS
Nuestra era es la época de las palabras sin palabras y las palabras entre muchas palabras. También la de los silencios inexistentes por miedo a que nos recuerden nuestra soledad, en lugar de hacernos reparar en que ellos son la antesala de la escucha. De hecho, si algo ha logrado nuestro tiempo es consagrar las palabras banales, sintetizadas y recodificadas por escrito hasta hacerlas indistinguibles o esgrimidas en voz alta como cantos guturales que revelaran la impotencia del que se ha desentendido de buscar la identidad. Así, hoy como nunca, se consagra la corrección política mediante términos que han hecho del lenguaje una escombrera de eufemismos sonrojantes pues, de no hacerlo, mostrarían la realidad con toda su crudeza. Con ellos maquillamos lo que existe, acaso porque más allá de lo aparente no esperamos encontrar nada.
Y no es solo una cuestión de significantes y significados, sino del valor que otorgamos al lenguaje. De esta forma, actualmente la palabra dada ha perdido su valor pues lo contrario implicaría reconocer que la verdad, sin más, está a nuestro alcance e importa, lo que no haría razonable tal grado de desconfianza y sospecha respecto de los demás. A su vez, hay determinados asuntos que no se pueden abordar ya que plantearlos conllevaría confrontarse con el otro, algo que se juzga imposible, demostrando que vivimos el periodo del relativismo y la subjetividad a ultranza. Hasta tal punto, que es imposible encontrar una mentalidad dominante que haya suscrito más el famoso aserto de los sofistas: «la verdad no existe, si existiera no se podría conocer y si se conociera no se podría comunicar». Por eso, no es de extrañar que nuestro lenguaje sea cobarde en su empleo hasta la nausea y cochambroso en su cuidado hasta volverlo despreciable.
Por lo demás, en lo que a la creación poética concierne, se nos traslada una disyuntiva. Hacer caso omiso del lenguaje actual situándonos así al margen de sus interlocutores o plegarse a la ceguera generalizada para hacernos cómplices de la situación. De esta manera, parece vigente el pensamiento del poeta polaco Herczy Liebert cuando se preguntaba: «¿Acaso sea preciso perder las palabras, / para, junto al alma, poder reconquistarlas?». Ya que quizás resulte imprescindible el redescubrimiento de la realidad para que afloren de nuevo palabras verdaderas en un contexto que se ha desentendido de ellas. Apostar, tal vez, por un lenguaje poético que se base en el esfuerzo creativo, el uso inteligente y acerado de la provocación y el sentido crítico, sabio en el empleo de la ironía, atrevido en su expresividad y vocación innovadora, respetuoso con la herencia recibida, y fiel a la búsqueda de lo bello y lo verdadero en los cauces formales que no son propios como participantes de la sensibilidad contemporánea.