Poemas de Carmen Pallarés
NOS APALABRA EL AIRE
«En verdad, resulta extraño no habitar más en la tierra».
Rilke
Rilke
Qué ademán en azul el de la plaza entre las claraboyas del invierno. Pasa el soplo del día restañando esta fugacidad. Y porque nos amamos no me golpea el tiempo en las estancias que nunca poseí.
(de Molino de agua)
CINECITTÀ
Abres el día en punto. Cruzo el dintel funámbulo del sueño y entro en tu soledad como a un estudio donde se está filmando el infinito. En nuestros ojos tiemblan las ovaciones del silencio. Diciembre es otro actor. Y nuestro abrazo el primer ademán de la mañana.
(de Molino de agua)
MEDITACIÓN
Estoy llegando muralla arriba de mi voz, a comprender la noche en medio del milagro. Multitudes de sombras paralelas al sueño del otoño, extinguen la perdida meditación del fuego. Sólo duele la paz ardiendo, y ardo.
(de Del lado de la ausencia)
PRESENTE
Y Dios cambia de nombre como desalojando la amargura. Se llama puente, niño, timbal, luz. Futuro ante el dolor. Herida suave.
(de Del lado de la ausencia)
MOLINO DE AGUA
Mueles el agua, torneas el silencio, nos ofreces el latido impecable de la sed. Emites el reclamo de los sueños cumplidos.
(de Molino de agua)
VIENE EL LIBRO
Viene el libro, el libro que nos sigue, que nos cerca con la extraña locura de los veleros, aquél en el que viene nuestra Parca precedida por el brillo de sus tijeras, que te señala, y nace, y que no puedes olvidar como olvidarías a un cuervo; te señala y tú miras detrás de ti si hay alguien que mida tu estatura sobre la calamina de la pared, que pueda soportar el ácido de su cerbatana; pero el libro no tiene otra voluntad que la prisa por tocar en el centro de tu corazón, junto a la noche que se va creando, ese rumor temible de cuanto vuelves a olvidar, de cuanto... caminando de espaldas, de cuanto clavándote en la pared se lleva consigo y a no sé dónde toda la arena del reloj.
(de Luces de travesía)
YO ME TENÍA
Recuerdo un mar -¿de qué?- como una enorme piedra de Narciso; un mar -¡un mar!- de algas amarillas, casi moneda de oro. Un mar donde la piedra nunca estuvo fraguada con un peso de piedra. Yo me tenía -¡Dios mío!- en mi peligro. Yo tenía un mar. ¿De qué? ¡Dios mío! ¡Un mar!
(de La llave de grafito)
MEMENTO MORI
Y como el mar, y como el mar pretendes saberlo todo de la lejanía.
(de Caravanserai)
(EL MAESTRO DE ESGRIMA SE PRESENTA)
Olviden su temor: un mal regalo, un obsequio impuesto por la impericia, herrumbre para el alma. No hay nada que temer, obsérvenme: esta es una correcta posición de guardia, con naturalidad, sin artificio, con decisión, firmeza, buena estampa, sin alardes, jactancia o impaciencia, sin flancos descuidados, con flexibilidad. Una guardia perfecta es una protección equilibrada, cimbreante, firme y móvil, con el arraigo necesario, justa y con discernimiento. Idéntico ademán, igual estética, un solo estado de la voluntad, categoría equivalente ha de tener la entrada en el ataque. ¡La misma posición ha de servirles para defensa y para ataque, sí! Sosiéguense, sosiéguense: corrijan sus errores con alegría. Este es el primer hallazgo, la primera sorpresa, un esclarecimiento. Practíquenlo, Y ahora, no dificulten por apocamiento ni por bronca osadía, por timidez ni por exaltación la amplia fecundidad de sus acciones. No cedan, y no duden de su capacidad: sencillamente, aprendan a aprender.
(de Esgrima)
ALGÚN QUE OTRO INTERVALO VERDADERO
Me fui internando en cada pentagrama estrenando cordura, tino, tiento, prudencia, previsión y parsimonia, moderación, mesura y madurez. Tenía que modular la intensidad, asentar los avances, despejar los sonidos sin eco de la fiebre que dejaba de lado la cautela, para que hicieran nido en mí las notas y no fueran barridas por la prisa ni por los arrabales del olvido, ecos de la pasión de la ultratumba. No abones las semillas del temor, la duda y el silencio, me decía, no prolongues la cava de la pena, que no entre más tu corazón al fuego, y no elijas atajos procelosos, me recordaba una vez y otra y conseguía emitir, a veces algún que otro intervalo verdadero. Mas, la oscura fatiga de los días extraviaba con sus facultades lo exacto, lo entonado, lo entendido. Así iba yo de la aflicción, al júbilo. Alejaba de mí la partitura y me pesaban las resoluciones, o fantaseaba y fabulaba y me iba tras de mis luces áureas. O enmudecía, enmudecía, o daba sin miedo voces a la soledad, al borde de una rara exaltación como una procesión de flagelantes. O me quedaba cerca del acierto estremecida, dentro de la infancia y custodiada por los intervalos, bajo la simpatía de las estrellas.
(de Partitura adelante)