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Casa de paredes abiertas, Antología poética (1974-2006), Józef Baran
Traducción: Anna Sobieska y Antonio Benítez Burraco, Trea, Gijón, 2008
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Casa de paredes abiertas, Antología poética (1974-2006), Józef Baran
Jaime Siles para ABCD
No localizamos la crítica en formato digital por lo que la trasncribimos a continuación

 
«La poesía más simple puede llegar a ser la más compleja, pero de ello no se deduce ni el fenómeno contra­rio ni que la calidad sea intrínseca a la sencillez. El polaco Józef Baran (1947) es clara prueba de ello: su escritura constituye un ejemplo de poesía menor máxima. No hay en ella voluntad de no serlo, y hasta me atrevería a decir que tampoco posi­bilidad. ¿Qué es, pues, lo que hace que su obra sea interesante? Creo que, sobre todo, esto: la concreción de su mundo rural, algo que tiene en común con Seamus Heaney; el va­lor metafísico de lo cotidiano, visible en su libro Mientras tanto (1976); su paisaje interior y su discurso hacia adentro; y una grotesca reflexión irónica. Eso es lo que ha hecho que sus textos se musicaran y populari­zaran tanto.

Baran es un poeta que sus enemi­gos podrían definir como fácil, y sus amigos, como espiritual. Él mismo ha explicado en qué consiste la di­ferencia entre lo intelectual y lo es­piritual en el ámbito de lo poético, y ha expresado su fe en un principio ordenador del mundo. Es más: ha di­vidido a los poetas en dos tipos, «los brujos y los magos». Los primeros transforman –según él– el mundo en un cruel relato sobre el absurdo de la existencia y aterrorizan a sus lectores con casi cualquier cosa»; los segundos, en cambio, «convier­ten el mundo en una totalidad llena de sentido» y dejan «un espacio a la esperanza creadora».

AGENTES DE CUATRO PATAS

Él naturalmente, se considera dentro de los «magos» porque es un poeta arraigado en el sentido que Dáma­so Alonso daba a esta clasificación: piensa que los gatos son «agentes de cuatro patas / al servicio de Dios / enviados a la tierra / para espiar a Adán»; utiliza el cuento, la narración y la parábola, pero sin renunciar a la pluralidad elocutoria del yo: cada amanecer / me subo en seis trenes al mismo tiempo / y me marcho en seis direcciones distintas».

Más próximo a Bernanos que a Mauriac en sus ideas y creencias religiosas, su fondo iconográfico parece salido de Chagall. Un poema como «Matrimonio» podría definir­se como «realista», pero sólo en la medida en que la pintura de Hop­per lo es: es decir, en la medida en que hay un reálismo estéticamen­te muy productivo y válido. Baran es más realista que culturalista, y eso le permite hacer hablar a los objetos como si fueran personajes y poner en boca de las cosas pro­cedimientos propios de la técnica del monólogo interior: «Espejo» es una interesante muestra de ello. En «Circo en una aldea griega» los motivos –tomados de Picasso– re­ciben un tratamiento distinto al que les dio en su día Rilke: para Baran los saltimbanquis cson dioses / de un mundo ya desaparecido / que se ganan el pan / disfrazados de ilusionistas».

Su tierna evocación de los au­sentes en «El Río» o el retrato de su padre en el hospital lo muestran como un poeta humano que cree en «el paracaídas del alma» y que, como Emily Dickinson, con quien comparte esta idea, piensa que la función de la poesía es acompañar «el cotidiano ajetreo del mundo» y dar esperanza a «la gris infantería de la humanidad».

FONDO INFINITO

A Baran no le atrae el tiempo sino el instante y la «sombra cada vez más delgada / sobre el fondo infinito / en dirección al desfiladero / tras el que sólo lo desconocido / se extiende». Por eso su visión de la eternidad es tan única como rápida. Antoine Compagnon habló de «la segunda mano» para realzar el arte de la cita; Benn, de una «doble vida»; Baran, de una se­gunda existencia. Y muchos de sus poemas son eso: segundas formas de existir que nos preparan a y para lo Invisible.

Esta antología poética propor­ciona una ajustada imagen de su universo y de su estilo, de su lenguaje y de su ser; una imagen que lo distingue del resto de sus contemporáneos –no sólo de los polacos– y que da cuenta tanto de los temas como de las formas de su creación. Baran es tal vez un poeta demasiado prolífico y que no siempre alcanza la misma intensi­dad en su dicción. Lo que no le ha impedido encontrar una voz y un espacio propios. La traducción de Anna Sobieska y Antonio Benítez Burraco es austera y exacta: sin flo­rituras y con el debido control de la palabra y de la emoción.»


 

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