Poetas de Moscú

Por Milagrosa Romero Samper

Denis Beznosov es uno de los jóvenes poetas moscovitas que han publicado sus obras en el Hebreo Errante. Licenciado en filología inglesa, se gana la vida como profesor de inglés en un colegio. Vino a Madrid en 2011 con su monísima mujer, Nadia, en un verano tórrido en que (al menos ella) se dejó la piel… Denis tiene sangre exótica en la venas y eso se nota en su vivacidad, poco habitual para un ruso. Lo suyo son las vanguardias, y es un mago de la invención lingüística, motivo por el cual (ay!) su poesía resulta intraducible. Es un buen conocedor del 27 español, y un gran admirador de Cernuda y de José María Hinojosa, al que ha empezado a traducir al ruso con gran valor y competencia.

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Denis Beznosov y Michael Yevzlin en el Arbat, Moscú. Verano de 2012

 

Evgenij V. Kharitonov, buen conocedor de las vanguardias y traductor del búlgaro, es bibliófilo y polifacético, ya que además es músico, compositor de música electrónica y tañedor de muchos instrumentos. Organizador de veladas poéticas, es un animador nato, algo así como el equivalente de Arsen Mirzaev en Moscú. Kharitonov dirige además la revista digital de poesía experimental más importante. Another Hemisphere, que dedica una especial atención a la sound poetry.

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Denis Beznosov y Michael Yevzlin en el Arbat, Moscú. Verano de 2012

 

Mistificador y poseedor de muchos alter ego, su poesía está pegada a la realidad cotidiana de una ciudad que pasa muchas horas bajo tierra en su inefable metro, glorificado y adorado a partes iguales por la propaganda soviética y por las guías de turismo, y maldecido en proporción similar por sus sufridos usuarios, que sólo encuentran consuelo en tocar (como si fuera el seno de Julieta en Verona) el morro agudo de un perro policía de bronce que ya no muerde en un gulag que ya no existe, sino que otorga benévolo buena suerte en los exámenes.

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Perro de la Guardia Roja. Estación de metro de la Plaza de la Revolución, Moscú

 

Anna Kharitonova es digna hija de su padre Evgeni. Esta estudiante de filología comienza a escribir muy pronto, describiendo un mundo de fábula a partir de un dragón enterrado en su jardín, sin desdeñar tampoco las expresiones más vanguardistas y sonoras.

Anna Golubkova también viaja en metro, Anna Golubkova, como los otros 11.999.999 habitantes de Moscú, también sufre de migraña. Anna Golubkova también se ve atrapada en esa pesadilla de escaleras mecánicas, viviendas colectivas (todavía las hay) y pantalones demasiado estrechos. Y lo cuenta. En una ciudad en la que “hay demasiada gente”, ella se desliza placenteramente por la pendiente de la misantropía y el nihilismo, que deja de lado cuando se trata de evadir las porras de los policías antidisturbios (que siempre, por lo que hemos podido ver, superan en número a los manifestantes), de redactar su blog sobre las minucias del día a día y, sobre todo, cuando se trata de acudir a uno de esos encuentros fraternales y bohemios entre poetas, que son como la sal y la pimienta en una ciudad que se devora a sí misma.