Poetas de San Petersburgo

La Esfinge y lo eterno nos llevan de vuelta a San Petersburgo, con Arsen Mirzaev. Uno de los mejores conocedores de las vanguardias históricas, a la hora de escribir su propia poesía se aleja de la experimentación pura, y describe su mundo interior y el universo peterburgués, inmerso en una perpetua melancolía existencial, sobre la fugacidad de la vida. Quizá esa melancolía de fondo, quizá, como dicen sus amigos, sus lejanos orígenes caucásicos (no tan extraños en una ciudad cosmopolita), le dan un aspecto siempre gentil y hierático, algo misterioso y en cualquier caso interesante y distinguido. El más elegante de los poetas de San Petersburgo es también un poco el alma de todos ellos. Su capacidad de convocatoria y de organización no tiene igual. Activo animador de la escena cultural peterburguesa, tan pronto organiza una presentación en la Casa-Museo de Matiushin como en la Biblioteca Pública, por no mencionar las tertulias poéticas semanales en el café Vieja Viena, en la Malaia Morskaya, frente por frente de donde habitara la célebre condesa de la Dama de Picas, y que se acercan a su 170 edición.

Arsen Mirzaev en la presentación de su último libro en la galería “12 de julio”, San Petersburgo

Arsen Mirzaev en la presentación de su último libro en la galería “12 de julio”, San Petersburgo


Boris Konstriktor
(o Boris Vantalov) es, como se ha señalado, uno de los componentes del grupo Transponans, y cultiva varias líneas poéticas: la zaum o experimental, y la más convencional, con una fuerte carga irónica ambas. Al igual que sus ilustraciones, ironía, locura y fantasía se dan la mano en una mezcla típica de una ciudad que es un microcosmos eterno, que se mira constantemente en sus canales, y que ve fluir el agua con una pulsación de atemporalidad y de fugacidad al mismo tiempo difícil de explicar para quien no haya transitado por sus calles, pero algo más fácil de entender para quien frecuente la literatura y el arte ruso del llamado siglo de plata.

Boris trabaja en la cocina de su casa, con tinta china y poco más. Mientras hierve la sopa, ve salir de la olla seres fantásticos, a veces poéticos, otros patéticos, que saltan como arlequines y van adquiriendo forma a partir de una simple línea o un borrón. Su imaginación es inagotable y es capaz de llenar un entero cuaderno en una sola mañana de trabajo. Todos sus personajes tienen una o varias historias, que él cuenta ocasionalmente en sus poemas, o que deja contar a los demás, o mejor aún, prefiere contar con su voz inconfundible en una de las cenas con que obsequia regularmente a sus amigos. Hay una parte de su producción gráfica que no ha sido objeto que sepamos de ninguna exposición, ni ha sido publicada hasta la fecha, y que resulta enormemente interesante: la superposición de sus propios dibujos a libros de fotografía de la época soviética. Uno solo de sus collages y emborronamientos, entre lo satírico, lo cómico y lo tétrico, resulta tan demoledor o más que todas las páginas de Solzhenitsin o Sajarov juntas.

Orfeo por Konstriktor

El mito de Orfeo según Konstriktor. Ediciones del Hebreo Errante

Boris Konstriktor es además un consumado performer. Si para recitar poesía se requieren ya ciertas cualidades, para hacer una performance en toda regla se necesita algo más: un espíritu algo burlón, un alma de bufón en el buen sentido de la palabra, la concentración de un medium, y en el caso de Boris eso tan peterburgués que es la ironía, el juego perpetuo, el no tomarse nada en serio, empezando por si mismo. La solemnidad y el envaramiento están prohibidos. Y quizá por eso uno se siente arrastrado por sus letanías torrenciales, llenas de onomatopeyas y aliteraciones, cuando recita acompañado por el violín histéricamente expresivo de otro Boris, Kipnis. El Boris cotidiano de la sopa humeante, del “da, da” que jalona su conversación, el Boris archimiope que pinta con la nariz pegada al papel, el Boris aparentemente apagado y discreto se transforma en un torrente y demuestra dónde se esconde el pulso de esa ciudad perpetuamente sumida en el ensueño.

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Boris Konstriktor en una actuación improvisada

 

 Dentro de este sistema de canales poéticos orquestado por Arsen, alimentado por Boris e iluminado por la musa de Natalia Manelis, pintora de ojos profundos y corrientes azuladas, circulan las barcazas de numerosos artistas y poetas, como el bíblico y profético Alexander Gornon, con sus barbas de patriarca, Valery Kislov, o el simpático Pjotr Kazarnovskij, por mencionar solo unos pocos.

“Viento”, por Natasha Manelis