El cuerpo secreto del mundo como revelación nupcial en la poesía de Jean-Claude Renard
Por Sagrario Rollán
Nos encontramos ante un poeta profundamente espiritual y carnal a la vez, de una voz cuya textura desgrana frutos y perfumes mediterráneos mientras resuena y repercute en los fundamentos del ser y el decir. Voz extraordinariamente original, en tanto que inédita o poco oída, y en tanto que su frescura nos hace retornar a los pozos de la palabra inicial, naciente, en cuyo umbral parece siempre hallarse el poeta (Ce puits que rien n’ épuise, 1993)
Jean-Claude Renard es un poeta francés contemporáneo (Toulon 1922 – Paris 2002), que bebe, sin embargo, en las fuentes de las grandes tradiciones religiosas y literarias, al tiempo que se nutre incesantemente de las experiencias vitales, como la guerra, la enfermedad, la muerte y los viajes más allá de sus fronteras natales, así como el viaje interior, entrañal y doméstico de la vida cotidiana. Su obra tiene el brillo de los horizontes lejanos y soñados, y la fuerza en los cimientos de la carne y la sangre puestas a prueba en el vivir de cada día. Pero si algo la caracteriza es el eco nostálgico y anhelante de un mundo futuro, donde se habrán restaurado el perdón y el encuentro con el misterio que habita y espolea al hombre como promesa escatológica, desde que tiene conciencia de su ser en la palabra balbuciente.
Él mismo evoca con nitidez esos comienzos vacilantes («silencio puro, esencia de un abismo…/ donde el infinito deposita sus secretos»), en torno a los 15 años, cuando la intuición primera de su vocación poética se asoma, entre el fervor y el vértigo, al abismo de la palabra esencial. Entre la abundancia riquísima y sorprendente de las imágenes que Jean-Claude Renard inventa (encuentra) hay algunos símbolos cruciales que vertebran toda su escritura, alrededor de los cuales se incorporan otros símbolos menores o metáforas, que se sustentan en ellos, y parecen ir creciendo orgánicamente.
El primer gran símbolo sería el viaje, que ya expuse en otro lugar
(El Ciervo, año 43, nº 517, abril 1994)
http://www.jstor.org/discover/10.2307/40820297?uid=3737952&uid=2&uid=4&sid=21104137976101
El segundo, que discurre paralelo y no menos fecundo, es el de las nupcias; en cierto modo el viaje mismo se emprende hacia la aventura nupcial («tantas manos entraron en el mal y en la noche/ por no haber emprendido la boda embrujada») y el tercero, que dejaremos para otra ocasión, es la infancia. Tres grandes símbolos que perfilan la epopeya humana, desde el arrancamiento del egocentrismo inconsciente hacia la alteridad dialogal que nos funda y nos abre hacia más ser.
Las nupcias expresan el encuentro hombre-mujer, la completud o culminación del destino y el deseo humano; mas las bodas, en tanto que trascendencia de los límites del propio cuerpo, alteridad extrema en la máxima intimidad, se tornan para Renard como en las antiguas tradiciones, la expresión más real de la comunión entre lo divino y lo humano. Discurriendo, cual rio de luz, de la inmanencia a la trascendencia, las bodas sellan definitivamente, – y así son entrevistas y perseguidas por Jean Claude Renard como lugar sacramental y epígrafe de un lenguaje pleno- la alianza de la naturaleza y la palabra.
El ansia amorosa propia de la adolescencia, se abre paso en nuestro poeta como intuición de luz abisal que guiará su trayectoria posterior, el erotismo inicial se va entrelazando en Juan (1945) con la búsqueda más o menos torpe del amor de mujer y de la palabra que diga esas ansias. En ese proceso propio, por lo demás, de todo acceso a la madurez, el poeta descubre el mal, la culpa, la soledad, el dolor, la muerte (coincidiendo con la experiencia de la segunda guerra), en tanto que otras tantas fisuras o heridas que van desalojando su alma de la inocencia y reclaman también una palabra diferente para ser asumidas (Cantiques pour les pays perdus, 1947; Connaisance des noces; Haute Mer, 1950; Métamorphose du monde, 1951). En este afán acechan la magia, la mentira, el espejismo, que pueden extraviar al poeta y al hombre en su vocación primera que aspira al resplandor de la tiniebla (Fable, 1952).
Pero Renard no se deja abatir ni confundir, el deseo maduro se arraiga en la experiencia vital y fecunda de su propio matrimonio (muy joven se casa con su amiga de infancia). A pesar de la presencia de la muerte también en el corazón de esta unión (la muerte de su primera hija), el poeta no ceja en el empeño, que poco a poco se va perfilando como una verdadera trayectoria de purificación, al modo de la mística.
Así, la boda misma realizada en la unión sexual no será del todo encuentro nupcial o transparencia, para nuestro poeta, sino en tanto que se ahonda y se socava como misterio y sacramento, es decir, que trasciende la pareja humana, abriéndose hacia el desvelamiento o penetración del ser: carne real del mundo (frutos, piedras, arenas, raíces, jugos, ríos, etc., y sobre todo el mar), cuerpo secreto de la tierra, del que esa unión hombre-mujer es ya trasunto.
En esta búsqueda incesante de una palabra plena, el poeta va reflexionando sobre su propia poesía, génesis tanto intelectual como espiritual, y es así como poco a poco va a entregar al público sus notas en prosa, que él siempre considera inacabadas, sobre poesía, fe, sabiduría, conocimiento : Notes sur la poésie, 1970; Une autre parole, 1981.
De este modo tenemos el privilegio de asistir a los misterios de la creación poética en reflexiones que van mucho más allá de lo lírico, pues se aventuran en la filosofía y en la teología dando mayor luz y relevancia a su obra poética. En algún momento ambos modos de expresión – poesía y prosa- llegan a entrecruzarse, y la forma literaria del dicho, el proverbio o el apotegma, se mezcla con el verso surrealista, o amoroso.
Así va cuajando en una estructura mental singularísima el simbolismo de las nupcias, cargado de un sentido que sobrepasa el encuentro de la pareja humana, por el que Renard accede a la alianza de lo divino y lo humano, como apuesta, como ofrenda, como aventura espiritual, despuntando aquí y allá en epifanías que iluminan las profundidades más oscuras y menos accesibles a un pensar meramente racional o a un método poético. Aún más, en el empeño por un lenguaje, que en la medida que se profundiza se sustrae al «todo decir», y afortunadamente esquiva cualquier dogmatismo, las bodas son también y sobre todo el pacto aquí y ahora, en la finitud, con una palabra sagrada, que se ampara, se acoge y se dilata, una y otra vez en la Palabra, dada en las tradiciones proféticas, místicas, y hasta esotéricas.
En la brevedad de estas páginas hemos querido escoger un puñado de poemas que reflejen de algún modo esas tres derivas del símbolo nupcial, aunque ciertamente no se puedan separar porque desde el comienzo se halla en Renard esa intuición inicial de un lenguaje poético que, no solo dice, sino abraza y consustancia el cuerpo secreto del mundo, habitado misteriosamente por la divinidad, donde el poeta requerido por la palabra, es a su vez oficiante de transparencia, como habíamos señalado en otro lugar
http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/ponencias/jean-claude-renard-poesia.pdf