Poesía en lengua holandesa: Hendrik Marsman y Paul van Ostaijen
Por M. Negrón
Hendrik Marsman (1899-1940) y Paul van Ostaijen (1896-1928) son dos figuras capitales de la poesía moderna en lengua holandesa, cuya obra se considera ya clásica. Ambos – Marsman era de Holanda, Van Ostaijen de Bélgica – son renovadores literarios cruciales y han ejercido una influencia enorme sobre poetas de generaciones posteriores. No solo por su poesía misma, sino también por su labor de crítica literaria y sus trabajos ensayísticos sobre poesía, publicados en revistas, periódicos y libros. Los dos eran amigos y se leían mutuamente, lo que en algunas ocasiones llevó a alabanzas, en otras a críticas. Su modernidad literaria reside sobre todo en el hecho de que imprimen en la poesía su propio mundo poético y la liberan de todo tipo de obligación o imposición, ya sea de forma (como la retórica rígida de la rima) como de contenido (como el superfluo mensaje social). De hecho para los dos la palabra poética es indivisible – anterior a la escisión prosaica entre forma y contenido – e independiente, basada en un ritmo, una sonoridad y un sentido íntimo y concéntrico que se abren paso en el poeta funcionando como motor creador y estético: el punto de arranque para la construcción del poema como totalidad circular, como pequeño cosmos lingüístico. Ambos poetas fueron influenciados en primera instancia por el expresionismo literario y pictórico alemán, que fue un gran estímulo para que pudiesen recorrer sus propios caminos.
En el caso de Van Ostaijen es notable además el impacto enorme y directo de la Gran Guerra (Holanda era neutral, Bélgica no) en que su país fue ocupado: experimenta de cerca las crueldades de la guerra y el ocaso de los ideales progresistas. Esto desemboca en una crisis poética profunda que le lleva a rechazar toda su poesía anterior (por no tener valor estético y poético en sí) y a expresarse en experimentos poético-tipográficos radicales y nihilistas, como en el poemario más conocido de este periodo, Ciudad ocupada, publicado en 1921. En los años siguientes su poesía gana mucho en calidad, superando y profundizando en un solo movimiento el experimento – algo superficial – anterior; publica menos, solo de vez en cuando en revistas. De este periodo es su dicho famoso de que la poesía que se escribe tiene que ser guardada siempre en un cajón y solo debe ser publicada si después de algunos años sobrevive a la lectura de la mirada crítica. Es en este último periodo – interrumpido por su súbita muerte en 1928 debida a la tuberculosis – que llega finalmente a crear una voz poética de verdad personal, libre y vibrante, en una palabra, lúdica: ligera y seria a la vez. Toda su poesía parece haber cambiado en una parodia profunda, es decir, en el sentido que los griegos antiguos daban a esta palabra (párodos): baile rítmico y alegre en el umbral, en la puerta de entrada al escenario oficial. Desde este margen poético intermedio e inaprensible llega a sus poemas mejores, verdaderas joyas literarias hechas de pura palabra, pura palabra deseosa, que sin fin se busca a sí misma a tientas por el vacío.
Por otro lado Hendrik Marsman también desarrolla una obra poética de gran calidad: su primer libro Versos de 1923 impactó profundamente en las letras holandesas y le dio una fama indiscutible. Y aunque comparte en gran parte la misma poética (moderna) de la palabra autónoma con Van Ostaijen, su expresión concreta, como se puede observar en las muestras siguientes, es muy diferente y le conduce a una poesía de construcción personalísima: contenida, ascética, íntima, concentrada, sugestiva y prometedora. Tanto en la vida como en la poesía de Marsman el camino es crucial; hacer camino por el paisaje de la ciudad y de la naturaleza: viaja y vaga por toda Europa, pero sobre todo por Francia y el Mediterráneo, y al mismo tiempo viaja y vaga haciendo caminos por la palabra y sus paisajes; de ahí que el camino, y las infinitas posibilidades de hacerlo (el laberinto) pueda considerarse muy acertadamente su gran emblema poético y vital. Desde los años treinta a Marsman le preocupa cada vez más el ascenso del nazismo, el destino de los judíos y la crisis general política y cultural de Europa. En su poesía de este periodo hay una previsión sugerente e inquietante del desastre que se está avecinando – incluyendo el de su propia muerte, que ocurre cuando se hunde el barco en el que trata de escapar de Francia a Inglaterra, huyendo del avance militar nazi –, pero al mismo tiempo proyecta un camino poético cuyo sentido apunta, con una extraña tranquilidad esperanzadora, hacia un horizonte infinitamente más amplio.